Toda la culpa de esta pasión por las motos de montaña viene de mi padre que, sin ser un aficionado de aquellos acérrimos, nos inculcó a los tres hermanos una forma de ser, difícil de explicar en este sitio.
Todo empezó cuando, sobre el año 1967 (yo tenía 6 años), compró una Ducati Mini Marcelino con la que empezaría a hacer mis "pinitos" hasta que en un salto se partió el chasis. Fue entonces cuando decidió cambiarla por una Montesa Cota 49.
Como mi hermano era seis años mayor que yo, al cumplir los 18 se compró una Bultaco Sherpa y también recuerdo cómo me llevaba de "paquete" a ver triales como Sant Llorenç de Munt o algunos en los que había participado él en Olot, Girona y otros tantos lugares de Cataluña, hasta que lo tuvo que dejar por un problema de espalda.
La Cota 49 de poco servía y como mi padre veía que me lo tomaba en serio, decidió comprarme una Cota 123 de segunda mano en Motos Isern y como éste organizaba cursillos/carreras de trial y motocross, ya nos veías, padre e hijo, con el R6 y el remolque moto arriba, moto abajo. En un mismo domingo organizaban un trial y luego todos a correr el motocross.
En trial no había color con Marcelino Corchs (EPD) siempre ganando y en motocross no recuerdo quien ganaba pero, aquí un servidor, siempre quedaba entre los tres primeros por lo que era evidente que se me daba mejor el cross que el trial.
Pronto llegó el cambio de moto. Después de mucho insistir y como los colores que me gustaban más eran los de Bultaco, mi padre decidió comprarme una Pursang MK7 125. Esto fue el principio del fin de mi etapa en motocross ya que el motor no aguantaba ni los entrenos y mi padre se hartó de motos, mecánicos, reparaciones, mis rabietas, el coste de todo ello y, con 16 años, cuando ya empezaba a trabajar en la empresa familiar, me dijo que si quería seguir en moto, tendría que correr yo con los gastos que comportaba la misma. Como no me lo podía permitir, se acabaron las carreras.
Por aquella época mis padres se compraron una casita en Calafat (sí, sí, donde está el circuito de velocidad) y es donde conocí a la que ahora es mi mujer, Mercè. No dejé en ningún momento el contacto con las ruedas de tacos, ya que acto seguido y a medias con ella, nos compramos una Enduro 75 L y, ya con 18 años, una Enduro 250 H6 con la que corrí algún enduro pero la fórmula de esta competición me aburría y después de realizar el servicio militar en la Cruz Roja de Barcelona (por descontado en contacto con las motos de la Unidad Moto Alpina), con 21 años, decidí comprar lo que a la larga iba a ser mi "perdición": una moto de Trial .
Con una Sherpa 199 hacía excursiones, entreno y algún trial, pero cuando realmente empieza la cosa a funcionar es cuando trasladamos el negocio a L'Hospitalet de Llobregat. Es entonces cuando, por casualidad, conozco a una serie de trialeros mayores que yo, que habían hecho del trial su vida.
Son los que me animan a arrancar más "seriamente", los que me obligan a cambiar de moto. Entablamos una amistad muy personal, tanto con ellos como con sus respectivas esposas y creamos "La Peña del Cero" que no era nada más que cinco buenos amigos que compartíamos un deseo: disfrutar de la montaña haciendo trial.
Todo esto hizo que en poco tiempo me desviviera por el trial.